Los esquizómidos son otro grupo raro de animales que antiguamente se situaban como un suborden de los Uropygi o vinagrillos. Sin embargo, las características morfológicas difieren tanto en los dos grupos, empezando por el tamaño, que fue algo normal y lógico que finalmente se separaran como entidades diferentes. La realidad es que durante mucho tiempo se supo tan poco de ellos, que se les situaba entre los uropígidos sólo por encontrarles un lugar dentro de la clasificación de los arácnidos, pero no porque tuvieran grandes afinidades con alguno en particular. El conocimiento de estos animales se ha impulsado mucho en los últimos años gracias a la labor desarrollada por investigadores estadunidenses como J. M. Rowland y J. R. Reddell, que han trabajado intensamente para conocer la fauna de estos extraños arácnidos. Gran parte de su tiempo lo han pasado colectando especímenes en México, de donde se han descrito la mayor parte de las especies hasta hoy conocidas; describieron también una familia nueva, Protoschizomidae, que únicamente se encuentra en este país.
En la actualidad se conocen alrededor de 110 especies de esquizómidos de ciertas regiones tropicales y subtropicales del mundo. En México se han encontrado principalmente al sur del país y a lo largo del borde este de la Sierra Madre Oriental. Aparte de la familia mexicana ya mencionada, que comprende tan sólo cuatro especies, todas las restantes pertenecen a la familia Schizomidae, y alrededor de 100 al géneroSchizomus. En territorio mexicano existen alrededor de 20 especies de este género. Esta desproporción en la clasificación de los esquizómidos indica que todavía falta mucho por conocer sobre este grupo, aunque las bases de su conocimiento ya estén señaladas.
Los esquizómidos son animales pequeños; el más grande apenas si llega a los 7 mm. El color de su cuerpo varía en las diferentes especies, teniendo diversas tonalidades de castaño y verde. Como miembros de la fauna del suelo se les encuentra entre la hojarasca y tierra suelta, debajo de piedras y entre la madera podrida; algunos pueden enterrarse cavando túneles; los cavernícolas se refugian en los rincones o ranuras de las paredes de la cueva. Llegan con frecuencia al guano de los murciélagos, donde encuentran numerosas presas para su alimentación que consisten en otros pequeños artrópodos o formas de desarrollo de los mismos; a todos ellos los capturan y sujetan con sus pedipalpos mientras los desgarran con sus quelíceros.
Su cuerpo presenta el dorso del prosoma dividido en tres placas; la anterior es más grande que las otras dos laterales. No tienen ojos, pero algunos ejemplares poseen en su lugar manchas oculares de aspecto ovalado, triangular o irregular que, sin duda alguna, son sensibles a la luz. Las formas cavernícolas no poseen estas manchas oculares o están muy débilmente marcadas. La parte posterior del cuerpo u opistosoma termina en un flagelo pequeño, con sólo tres o cuatro divisiones y que, con frecuencia, se ve abultado. El flagelo del macho es característico de las diferentes especies, por lo que tiene una importancia taxonómica. Una de las razones por las cuales se incluían antes entre los uropígidos es que, al igual que ellos, poseen glándulas anales, aunque no se sabe cómo funcionan. Otra característica que el especialista toma en cuenta para la determinación de las especies, es la forma de la espermateca de la hembra, que es una pequeña estructura que sirve para almacenar a los espermatozoides, mientras los óvulos completan su desarrollo.
Los quelíceros están constituidos por dos artejos, formando así unas pequeñas pinzas o quelas. Los pedipalpos tienen aspecto de patas y carecen de que las, y aunque se ven poco robustos son prensiles y muy eficaces en la captura de las presas. El primer par de patas es mucho más largo y delgado que los demás y está provisto de órganos sensoriales que ayudan al animal en su orientación.
El dimorfismo sexual es muy poco aparente. Lo único que se distingue en algunas especies son los pedipalpos del macho, más largos que los de la hembra, y su flagelo, mucho más grueso que el de ella.
La reproducción se lleva a cabo mediante espermatóforos. Antes de que el macho lo deposite en el suelo, la pareja realiza una serie de preparativos característicos de los esquizómidos, que conducen al acoplamiento final. Cuando el macho encuentra una hembra receptiva empieza a corretearla hasta que ella se detiene. Comienza entonces a agitar su cuerpo y su primer par de patas, lo cual provoca que ella voltee y quede frente a él; el macho, también se voltea y coloca su flagelo terminal frente a la hembra, que lo tomará con sus quelíceros, quedando así sujeta a él. A continuación, el macho iniciará una caminata, jalando consigo a la hembra afianzada a él, hasta encontrar un sitio adecuado para depositar el espermatóforo. Una vez logrado esto, jalará a su pareja de manera que la abertura genital de ella quede juntamente por encima del espermatóforo; por presión, éste desprenderá su punta y pasará el esperma al gonoporo de la hembra. Concluido el proceso, la hembra soltará al macho y cada uno seguirá su camino. Nótese que aquí no es el macho el que sujeta a la hembra en el momento del apareamiento, como sucede en algunos otros arácnidos, sino que es la hembra la encargada de agarrarse al flagelo del macho.
La hembra fecundada cavará entonces una pequeña cavidad en el suelo, en la cual se meterá para permanecer tranquila, esperando el momento de la oviposición. Llegado éste pondrá unos siete huevecillos que quedarán aglutinados y pegados a su orificio genital hasta el nacimiento de las pequeñas ninfas octópodas, cuyo aspecto es muy parecido al de los adultos.
El Departamento Biología y Geología de la Universidad de Almería España, publico en 2014 un articulo de investigación titulado "Primer registro de esquizómidos en la península ibérica (Arachnida, Schizomida)", el cual los invitamos a consultar.
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